La novela que comento hoy
supuso la puerta de acceso al que actualmente es uno mis escritores favoritos.
Teru Miyamoto, con esa prosa fina, libre de artificios y tan genuinamente
japonesa, es un autor de renombre en Japón, con una base muy sólida de fans, al
que en castellano, por desgracia, se le conoce solamente por la novela que hoy
nos ocupa: Kinshû, tapiz de otoño.
Edición de bolsillo japonesa. Ed. Shinchôsha
Vamos al grano: la
historia nos presenta a Yasuaki y Aki, una pareja divorciada que pasó por una
traumática separación. El motivo: Yasuaki fue descubierto moribundo junto a su
amante tras el intento de suicidio doble, del cual fue el único de los dos en
salir con vida. La historia comienza cuando la antigua pareja vuelve a
encontrarse casualmente después de muchos años en el monte Zaô (prefectura de
Yamagata). Él, con una nueva y banal relación, y ella, casada de nuevo y con un
hijo discapacitado, retoman el contacto por medio de cartas, forma con la que
se nos presenta esta historia. Por motivos sociales, la separación del
matrimonio se produjo bruscamente, sin que les diera tiempo a reflexionar ni a
hablar sobre ello. Los protagonistas se separaron sin más explicaciones, de ahí
que las cartas nos van explicando los acontecimientos pasados al mismo tiempo
que lo va descubriendo el personaje de turno.
Esta novela epistolar
alterna las cartas de ambos personajes, una forma de catarsis, de expiación
personal y de búsqueda de la redención en el otro. Los protagonistas se
sienten, cada uno a su modo, culpables por lo que ocurrió, por lo que buscan a
través de las misivas la comprensión de su otra parte.
Edición española. Traducción de María Dolores Ábalos. Ed. Alfabia
Lo que más me gustó de la
trama es el planteamiento que le da el autor: las cartas no buscan dar una
solución, ni tan siquiera pretenden ser una disculpa. La correspondencia que se
intercambian los protagonistas no es más que un medio, como podría haber sido
otro, para sacar la pesadumbre acumulada durante años, para buscar una
explicación al dolor y, a su vez, calmarlo a modo de confesión, a modo de
diario personal.
Gracias a su ambiente
otoñal y a que se desarrolla entre Kioto y Osaka, la historia está cubierta de una
leve armonía zen, que impregna la obra de una singular melancolía. En otras
obras de Miyamoto se puede comprobar que esta es una de las características de
su narración, su toque distintivo, aunque sea en el presente libro donde esta nostalgia
se expresa con más fuerza debido precisamente a que la trama necesita de ella.
Sin duda, esta novela fue
mi gran descubrimiento del año pasado y me ha brindado la oportunidad de
conocer a este irrepetible escritor. La sensación que tuve cuando terminé Kinshu, tapiz de otoño fue de optimista
melancolía. Aunque se nos presenta una historia triste, la esperanza va resurgiendo
con el desarrollo del argumento: hay vida más allá de la desgracia y, más que
olvidarla, debemos aceptarla. Esas motas de optimismo que se dejan entrever en la
historia la alejan de caer en una trama deprimente y excesivamente oscura.
Una novela que recuerda a
las mejores de Yasunari Kawabata en su ambientación, pero con un estilo propio,
sencillo y sobrio: pura expresión wabisabi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario